miércoles, 30 de abril de 2008

Lo que pude ver desde aquella ventana


Lo que pude ver desde aquella ventana


Primero no quiero escribir, y lo dejo bien claro. Segundo, bajo a la calle, camino en un silencio mental que es más bien un tormento ruidoso y extraño que me revuelve el estómago. Luego un payaso de circo, un enano y un domador de leones, con su león por supuesto, aparecen en mi mente, los saludo de mano, acto seguido me abofetean, me miran con una cara que me hace poner muy nervioso, me expresaban algo así como una especie de resentimiento iracundo. El león se escapa de las manos del domador y me sigue corriendo, pero yo fui más rápido y en un mínimo instante dejé de creerlo y deje de vivirlo. El siguiente domingo me dormí en una cama agradable, y encantadora. No pude despertar sino hasta quince días, con una paz en el alma que solo las nubes podrían llegar a comprender. Miré por la ventana y llovía, bajé nuevamente a la calle y aparecieron otra vez esos personajes que sin dudar corrieron hacia mí. Yo corrí con toda la rapidez que mis piernas me permitieron hasta que por fin los perdí y los encontré en un abrazo acogedor que me sumió en una especie de esquizofrenia. Dije que sí, mas pensé que no, pero el ambiente dijo si pero no. No me quedó más remedio que volver a esa cama confortanble y pacífica que crujía desde lo más profundo de su ser y volví a quedarme dormido. Esta vez desperté a los dieciséis días y volví a bajar a la calle, miré a todos lados, me asusté, desesperé y corrí, pero nada había. Me pareció extraño, mis nervios revolvían mi estómago. Fue entonces cuando miré mis ropajes, al resto de la gente y a mi fiel acompañante. Sí, lamentablemente era yo, un payaso, un enano, con mi fiel bestia domestica como un gatito mimado.